¿Empezó el Impresionismo en España?
Aunque muchos consideran que el impresionismo fue una ruptura radical con la tradición, lo cierto es que hubo antecedentes y precursores que abrieron el camino a este movimiento. En este artículo, vamos a analizar dos obras maestras que se encuentran en el Museo del Prado y que son consideradas como los primeros cuadros impresionistas de la historia.
¿Qué es el Impresionismo?
El impresionismo fue un movimiento artístico que surgió en Francia a finales del siglo XIX y que se caracterizó por el intento de captar la impresión óptica de la luz y el color sobre los objetos, sin preocuparse por la identidad o el detalle de los mismos. Los pintores impresionistas rechazaron los principios académicos, los grandes temas históricos, mitológicos y religiosos, y el estudio del dibujo. En cambio, se dedicaron a pintar al aire libre, escenas cotidianas de la vida urbana y rural, y paisajes naturales, utilizando pinceladas sueltas, rápidas y espontáneas, que formaban manchas de color que se percibían mejor desde una cierta distancia.
Entre los principales representantes del impresionismo se encuentran Claude Monet, Pierre-Auguste Renoir, Edgar Degas, Berthe Morisot, Alfred Sisley, Camille Pissarro y Paul Cézanne. Algunos de ellos fueron influenciados por pintores paisajistas ingleses como Joseph Mallord William Turner y John Constable, que ya habían explorado los efectos de la luz y el color sobre el paisaje. También se inspiraron en el pintor francés Édouard Manet, que rompió con las convenciones académicas y escandalizó al público con sus obras como El almuerzo sobre la hierba o Olympia.
El Almuerzo sobre la hierba, de Manet.
Entre las características técnicas más destacadas del impresionismo se pueden mencionar las siguientes:
Uso de colores puros y complementarios: Los impresionistas no mezclaban los colores en la paleta, sino que los aplicaban directamente sobre el lienzo en pequeñas pinceladas. Así conseguían crear un efecto de vibración y luminosidad. Además, utilizaban colores complementarios (los opuestos en el círculo cromático) para crear contrastes y sombras. Por ejemplo, usaban el verde para matizar el rojo, o el violeta para sombrear el amarillo.
Ausencia de claroscuro: Los impresionistas no usaban el claroscuro (el contraste entre luces y sombras) para crear volumen o profundidad. En su lugar, usaban los cambios de color y tono para sugerir la forma y la distancia de los objetos. Así evitaban los negros y los marrones, que consideraban colores sucios y apagados.
Pintura al aire libre: Los impresionistas preferían pintar al aire libre, en contacto directo con la naturaleza y la luz natural. Para ello, se valieron de la invención de los tubos de pintura al óleo, que les permitían transportar fácilmente sus materiales. De esta forma, podían captar las variaciones de la luz y el color según las horas del día y las estaciones del año.
Representación del instante: Los impresionistas buscaban plasmar la impresión visual del momento, sin preocuparse por la fidelidad o la permanencia de lo representado. Por eso, sus obras tienen un aspecto fugaz e inacabado, que refleja la rapidez con la que trabajaban. También por eso, elegían temas cotidianos y efímeros, como una puesta de sol, un reflejo en el agua, una escena callejera o un baile popular.
Perspectiva atmosférica: Los impresionistas usaban la perspectiva atmosférica para crear sensación de profundidad y lejanía. Esta técnica consiste en difuminar los contornos y reducir el contraste y la saturación de los colores conforme se alejan del primer plano. Así se imita el efecto de la atmósfera sobre la visión.
Estas son algunas de las características técnicas del impresionismo, un movimiento que revolucionó la historia del arte y que abrió el camino a las vanguardias del siglo XX, pero que, otras obras anteriores, compartieron y exploraron.
Impresionismo en Goya y Velázquez
La primera es la Vista del jardín de la Villa Médicis en Roma, pintada por Velázquez en 1630. Se trata de una de las pocas obras de paisaje del genio sevillano, que realizó durante su segundo viaje a Italia. En ella, Velázquez muestra una escena cotidiana y aparentemente sencilla, pero que esconde una gran complejidad técnica y conceptual. El pintor utiliza una pincelada suelta y vibrante, que capta los efectos de la luz y el aire sobre los árboles, las flores y las figuras humanas. El resultado es una obra llena de vida y movimiento, que anticipa el interés de los impresionistas por plasmar las sensaciones visuales y atmosféricas.
La segunda es la Lechera de Burdeos, pintada por Goya en 1827. Se trata de uno de los últimos óleos del maestro aragonés, que realizó durante su exilio en Francia. En ella, Goya retrata a una joven campesina que lleva una jarra de leche en la mano. El pintor utiliza un estilo muy libre y expresivo, que se aleja de los cánones académicos y que busca transmitir la emoción y la personalidad de la modelo. El resultado es una obra llena de fuerza y modernidad, que inaugura el romanticismo y que influye en los impresionistas por su tratamiento de la luz, el color y la forma.
Estas dos obras son solo dos ejemplos de cómo el arte es un proceso dinámico y continuo, que se nutre de las influencias del pasado y que prepara el camino al futuro. Por eso, visitar el Museo del Prado es una oportunidad única para disfrutar de la belleza y la historia del arte, y para descubrir las conexiones entre diferentes épocas y estilos.
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